Taylor Swift fue víctima de un caso de deepfakes explícitos, en los que se generaron imágenes falsas con Inteligencia Artificial en las que aparecía desnuda.
Este incidente llevó a algunos políticos estadounidenses a solicitar herramientas regulatorias para controlar y limitar este tipo de contenido.
Un caso similar se presentó en España, donde un grupo de menores sufrió acoso tras la difusión de imágenes falsas en las que aparecían desnudas.
Las imágenes fueron generadas por una aplicación de IA llamada Nudify, la cual fue utilizada por algunos compañeros de su centro educativo para crear contenido alterado sin su consentimiento.
Estas situaciones, además de ser lamentables, el futuro del contenido explícito en un contexto en el que la inteligencia artificial avanza a gran velocidad y sigue en gran medida sin una regulación clara.
“Cuando apareció la pornografía generada por inteligencia artificial, era fácil mantener una distancia forense con las primeras imágenes y descartarlas como un truco de salón. Eran risibles y espeluznantes:
Luego, aparentemente de la noche a la mañana, alcanzaron un fotorrealismo asombroso”, expresó Leo Herrera, escritor, artista y cineasta para MIT Technology Review.
Transformación por Inteligencia Artificial
En la pornografía con IA, los usuarios pueden personalizar el contenido que van consumir tanto como lo deseen.
Según Herrera, la inteligencia artificial generativa en el ámbito de la pornografía está desdibujando los límites entre lo real y lo generado por algoritmos, lo que plantea una reflexión sobre “qué es el porno real”.
Herrera observa que “el porno se define por las necesidades de su época”, y en la actualidad, esas necesidades se ven marcadas por un creciente aislamiento.
La pandemia de COVID-19 acentuó esta tendencia hacia la digitalización de los momentos más íntimos, dando lugar a prácticas como visitas hospitalarias y ceremonias de boda a través de FaceTime, lo cual, según Herrera, ha causado una “profunda descarga de nuestras baterías sociales”.
En un futuro cercano, Herrera plantea que esta forma de contenido podría resultar atractiva precisamente por su artificialidad y no a pesar de ella.